viernes, 15 de agosto de 2008

Beck - Modern Guilt


Bienvenidos a la crisis espiritual de Beck y su adultez. A punto de cumplir los 40, se dejó el pelo largo como el Maharishi; puso a Aristóteles –padre de la metafísica– como uno de sus ocho mejores amigos en su MySpace; y en su décimo álbum le habla a un poder superior de un modo más directo que nunca antes. Modern Guilt lo encuentra, entonces, preguntándose de qué está hecha el alma, dudando de si sus plegarias serán respondidas y, en general, atravesando una rehabilitación kármica necesaria para comprender al Ser Supremo.
Coproducido por Danger Mouse, Modern Guilt se entrega al amor de Beck por la música psicodélica de los 60, y los resultados son vívidos: muchas guitarras en acid trip, ritmos de fiesta mod, armonías hiladas como coronas de margaritas, y una estruendosa percusión. Pero detrás de esos arreglos fluorescentes en luz negra, descansan canciones acerca de vivir en tiempos de guerra (“Walls”), la degradación ambiental (“Gamma Ray”) y las brechas generacionales cada vez más grandes (“Youthless”). Mientras Danger Mouse aporta el amor de un DJ de hip-hop por los viejos discos de rock funky, Beck trae la resaca preapocalíptica de fines de los 60.
En conjunto, las primeras cinco canciones del álbum están entre lo más sólido de la obra de Beck. El ejemplo más deslumbrante es “Chemtrails”, que se afirma en medio de una nube heroinómana de guitarras monocordes mientras Beck imagina jets volando sobre un mar de gente muerta. El título de la canción viene de una teoría conspirativa que sostiene que las estelas que dejan algunos jets son en verdad rocíos químicos creados por el gobierno norteamericano para usos secretos. Sin embargo, no es necesario conocer la referencia para poder sentir la amenaza. Mirando a los cadáveres, Beck canta: “Tanta gente ¿adónde va?”. La mórbida respuesta está implícita: no importa de dónde viene la gente solitaria, todos terminan en el mismo lugar.
De todos modos, hay mucha vida latiendo en Modern Guilt. Con guitarras lentas y un ritmo al trote, “Gamma Ray” parece hecha para el intervalo de baile a go-go de una película de James Bond. “Orphans” se siente como un perfecto ashram de amor con flautas, punteos de guitarra acústica y armonías de la Era de Acuario cortesía de Chan Marshall (Cat Power). “Volcano” podría ser una grabación encontrada de XO de Elliott Smith, resucitado alritmo de un hip-hop. Por su parte, “Youthless” suena como el tema de robótico rock disco más funky que jamás se haya tocado con un violonchelo. El blues pantanoso “Soul of a Man” se vuelve tan maniáticamente repetitivo que termina siendo casi alucinógeno. Y el mundo probablemente no esté listo todavía para el revival drum and bass que lidera “Replica”. Pero algunos experimentos que no tienen miedo a fracasar a lo grande también se sienten, sin embargo, como los más frescos: “Modern Guilt” reinventa “People Are Strange”, de los Doors, como una balada beatnik con un shuffle a medio tiempo. Y, de alguna manera, funciona.
Esa última canción resume la temática de este disco: “No sé lo que hice, pero estoy avergonzado”. Esa es la culpa moderna: saber que el mundo se va al infierno y sentirse en parte responsable, pero sin saber muy bien qué hacer al respecto. Unas líneas más adelante, encuentra su propia razón para continuar: “Hacemos lo mejor que podemos con las almas que nos dan”. Y no mucho después de que él cante estas palabras, la canción se corta abruptamente a mitad de la melodía. Como dijo Tony Soprano, uno nunca sabe cuándo llegará tu hora.

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